domingo, 29 de marzo de 2015
miércoles, 18 de marzo de 2015
Por el día Mundial del teatro. Arístides Vargas: El teatro tendría que ser de nuevo, el lugar de encuentro de una sociedad en debate, en crisis y en contradicciones.
Arístides Vargas es de origen Argentino,
icono de la dramaturgia latinoamericana, director, actor, creador constante y coherente de una serie de
maravillosa obras de teatro llenas de realismo mágico, Arístides paso por
Arequipa para contarnos sus exilios junto a Charo Francés en Nuestra señora de la nubes, aprovechando un descanso, me tome
una copa de pisco en una larga conversación que nos da elementos para entender
no solo su teatro sino la memoria del teatro latinoamericano.
La público como homenaje a todos los
teatreros y teatreras en nuestro día…
¿Quién es Arístides Vargas?
Es un poco
difícil contestar esta pregunta, porque
uno nunca sabe quién es, a mí me sorprende
cuando escribe la gente que estudia mi obra, dice cosas y es sorprendente
porque uno no se piensa con la objetividad que se requiere, puedo pecar de confuso,
pero en muchos momentos de mi vida no he sabido quien era, tal vez por eso escribía
teatro o hacia teatro, no para pretender conocerme, sino para esbozar aunque sea
una hipótesis ficcional sobre lo que uno es. Uno nunca termina de conocerse, no
creo que ningún ser humano esté en condiciones de responder a carta cabal una
pregunta como esta. Porque somos cambiantes, cambiamos con la edad, cambiamos con
el pensamiento, la época, pero lo que permaneces es la ética en cuanto a lo que
uno hace y a lo que quisiera hacer. Esa ética es la esencia y esa esencia no se
traiciona.
Un actor que comenzó a escribir, ¿qué
paso? ¿No te gustaban las obras que existían?
Fue muy
gracioso lo de escribir, yo comencé siendo actor, estudie actuación en la
universidad, luego fui director en Malayerba y lo último que hice fue escribir,
cuando comenzamos con el grupo, sostenía que teníamos que escribir nuestros
textos, indagar nuestras propias problemáticas y organizarla en palabras, insistí, insistí, hasta que un día Charo Francés
me dijo:
- -Oye
si tanto jodes con ese asunto de que tenemos que escribir, es porque tú quieres
escribir, ponte a escribir y deja de joder al resto.
Así que lo primero que escribo fue en el año
92, tomo el personaje de Francisco, un personaje que no tiene conciencia, con
muchos miedos y temores, que a mí me recordó a los mestizos, lo situó en la
frontera de Ecuador con el Perú en la guerra del 42, la guerra del petróleo, su
gran crisis es que no sabe si es peruano o ecuatoriano y a partir de ese esquema escribo Francisco de Cariamanga,
luego llega Jardín de pulpos, La edad de la ciruela, pero es allí que comienza
ese viaje al mundo de la dramaturgia.
Hay una gran coherencia en tu
condición de artista políticamente comprometido, te fuiste de Argentina huyendo
de la dictadura, y volviste a reconstruirte en otros países…
Eso ha sido
fundamental, mantener una conducta ética
en cuanto a lo que pienso como artista, el pensamiento no es estático, es
acción artística, trato siempre de estar a favor del ser humano, estar a favor
de la gente, de la justicia, la igualdad, la libertad, son principios que
recorren mi obra y recorren mi vida. Salí de Argentina en una circunstancia
política terrible, y he vivido en una especie de errancia, intentando volver a
una Argentina que evidentemente ya no existe, porque uno vuelve, pero nunca
vuelves al lugar de donde te despidieron, siempre vuelves a otro lugar, creo
que la vida me ha demostrado que esa errancia es parte fundamental de la existencia como individuo, como ser humano, y también del mundo
contemporáneo, hay mucha gente hoy errando, aunque en apariencia vivimos en un
mundo civilizado, algunos de nosotros estamos en el estado en que Ulises se
encontraba al retornar a Ítaca, entre lo que dejaste o lo que perdiste y lo que
vas a recuperar, o lo que vas a encontrar, esas circunstancias que algunos
llaman exilio, tiene su lado monstruoso y la vez tiene su lado de enseñanza, que
en el fondo las patrias y los territorios son emocionales, uno no deja una
bandera o un país con sus signos y su gloria. Deja personas y estas mismas
personas pueden provocar que tu regreses.
¿Qué lugar ocupa la memoria en tu
dramaturgia?
Es
fundamental, porque es una paradoja, la memoria no es únicamente recordar,
también es olvidar, es el mismo juego del teatro, la rapidez con la que se suscitan
las imágenes o mueren las imágenes, es la analogía de la vida y la muerte, en
la memoria sucede algo parecido, uno debe recordar aunque sea para olvidar,
pero tiene que recordar, porque no se puede
olvidar lo que uno no recuerda, yo he necesitado reconstruir permanentemente en
mi condición de hombre echado al mundo, expulsado, exiliado, lo perdido. Con la
particularidad que la reconstrucción no siempre es fidedigna, o no siempre es
real, sino lo que pensé haber vivido o lo que creí haber vivido y no exactamente lo que viví, en ese sentido
la incertidumbre es un estado importantísimo en el cual he tenido que aprender a estar.
Una de las frases tuyas que más me
impacto es aquella que dice, hablando del exilio: Un recién nacido de veintiún años es necesariamente un monstruo…
Claro,
porque el exilio lo que hace es matarte, en eso los griegos tenían razón,
cuando a Ulises lo echan de Ítaca el o se extravía, los dioses lo castigan
con ese castigo brutal que significa no
poder retornar a tu tierra o a tus
afectos, para no ser tan telúrico, de alguna manera te mueres, de una realidad
que tuviste que abandonar y en ese mismo
instante resucitas en otro lado, por eso el exiliado tiene varias memorias, porque
tiene varias patrias, eso que puede parecer una anomalía o una monstruosidad,
es una condición fundamental del exilio, aprender a reconstruirse en otras
memorias, en otra patrias que son un mapa de los afectos constituidos por voces
y personas de diferentes lugares, cada lugar y cada voz conforman tu memoria y
cuando a ti te matan con el exilio,
tienes una alternativa, que es revivir en otra persona y en otros afectos, en
otro territorio, eso es extraordinario. El exilio es un castigo brutal y
terrible pero a la vez es un estado que te posibilita un aprendizaje profundo
de la vida y de los territorios afectivos que conforman la vida.
No queremos recordar los dramas experimentados,
las dictaduras, las guerras internas, la violencia política. ¿Somos acaso
pueblos sin memoria?
Somos
pueblos a merced de instrumentalizaciones refinadas y nefastas, no creo que el
olvido en América latina sea únicamente una situación que la achaquemos como
responsabilidad al pueblo, sino a los estados que tienden a encimar realidades y no a vivir
coherentemente las realidades, muchos de los países nuestros todavía tienen la carpeta
abierta o está sin archivar o es imposible archivar lo sucedido hace veinte,
treinta años atrás. Los estados por más que nos metan hamburguesas en la
cabeza, por más que nos metan tarjetas de crédito en la cabeza y por más que
nos metan el sentimiento de bienestar entre comillas, son responsables de
intentar hacernos olvidar. Eso convierte a los pueblos en ollas de presión que
tarde o temprano van a explotar, lo que sucedió en Argentina, en Chile, Perú o
Colombia no se puede intentar olvidar como si olvidar fuera un decreto, el olvido
no es un decreto, no se puede olvidar por decreto, porque los pueblos que
olvidan son pueblos enfermos, si tu no recuerdas no te curas, tu como ente o
como cuerpo social, es uno de los principios freudianos, es justamente recordar
para aliviarte. Los estados deberían tener políticas de memoria para no olvidar
la historia inmediata y no se diga la historia pasada.
Tú eres un creador. En este contexto
neoliberal donde el individualismo ha ganado la batalla. ¿Cuál es nuestro rol?
Vivimos
tiempos difíciles donde se necesita claridad para estar entre ellos. No creo
mucho en un teatro que se enrola en vanguardias o en nuevas tendencias, un teatro
que tiende a dividir y olvidar lo esencial, que es el espacio teatral como consecuencia del espacio
social y el ejercicio democrático, pienso que no es importante hacer teatro en
esta posmodernidad como lo estamos haciendo, debiéramos volver a la función esencial
del teatro que era razonar la vida en el escenario, ensayarla de alguna manera
para subsanar errores de la realidad, aunque sea ficcionalmente, tampoco creo
que el teatro este llamado a salvar a los hombres aunque sería extraordinario
que lo fuera. El teatro que nos merecemos es uno de mucha claridad y de mucha
inteligencia, para saber discernir entre los conflictos contemporáneos, vivimos
en un mundo tan lleno de imágenes contradictorias, donde creo que el teatro
sería un buen espacio para reflexionar la vida, y no dejarnos llevar por las corrientes de
moda. Ahora más que nunca el teatro se ha
vuelto un lugar donde se organizan efectos para divertir intelectual o
emocionalmente a la gente.
El teatro
tendría que ser de nuevo, el lugar de encuentro de una sociedad en debate, en
crisis y en contradicciones.
En una película de Woody Allen, hay
una escena donde un escritor se encuentra a todos los personajes que ha
creado, que lo reciben para hacerle un homenaje. ¿Cómo sería esa escena en tu
caso?
Por lo
general me llevo muy bien con mis personajes, para todos guardo mucho cariño,
cada uno en su tiempo fue importante, sería como un mural, porque además hay
escenografías, hay vestuarios, hay
tantas cosas relacionadas con el personaje, es una escena muy visual,
muy cinematográfica, todos tus personajes visitándote, yo me los veo allí a todos, creo que son
parte de una misma historia. El que más me ha costado fue el de la anciana de Instrucciones para abrazar el aire , uno
de los últimos trabajos, está basado en las conversaciones con una mujer que se
llama Chicha María, y que es una de la abuelas de la plaza de mayo, escribí
una obra que está basada de alguna
manera en su vida, pero es una metáfora ficcional, me costó concebirla porque
me costó salirme de los antecedentes del
personaje, quería salirme del universo real y testimonial para entrar en la
ficción, siempre me ha preocupado el reto que es el ejercicio ficcional del teatro.
Mientras que otros creadores van a un plano de presentación y performatico, yo tiendo a ir mucho más a la ficción, pero
no a cualquier ficción, una al estilo
kafkiano, crear un mecanismo ficcional
que funciona paralelamente al mecanismo de lo real, no es referencial, solo lo
puedes asociar y en ese sentido Kafka es un gran maestro porque crea realidad y
creo que el teatro no es únicamente la representación o la síntesis de una realidad, sino el ordenador de nuevas posible realidades.
Un poeta dijo una vez que la alegría
y la tristeza son frutos de un mismo árbol, me hace pensar en tus obras.
Por supuesto,
hay una complicidad que tiene la misma raíz, te ríes porque estas profundamente triste o lo contrario, te
entristeces porque hay demasiada alegría falsa en lo cotidiano, hay gente que
se ríe pero en realidad son personas profundamente tristes. Son emociones que están
en los mismos niveles. Se ha reconocido en mis obras ese juego abismal de pasar
de la risa al llanto, la vida se trata de eso y el arte es el lugar donde se
viven todas estas emociones.
Tu perteneces a la generación que
construyo el teatro de grupo. ¿Crees como muchos ahora, que el teatro de grupo
ha muerto?
Son frases
comunes recurrentes, es como cuando dicen que el teatro esta en crisis y el teatro
siempre está en crisis, lo cierto es que los grupos gozan de buena salud y no
solo eso, sino que se reinventan todo el tiempo, la gente siempre tiene
tendencia a volver a esta forma de trabajar, lo que posibilita la vida en los
grupos es justamente la disposición a morirte en cualquier momento, de todas
formas es mejor que un grupo muera a que lo maten, es más lógico, coherente y natural,
no porque la época sea un signo de
antigrupalidad, al contrario creo que es una buena época para asociarse, crear comunidad y crear
memoria comunitaria, es un buen momento para que surjan grupos con nuevas maneras de relacionarse, la
sociedad en que vivo trata de desactivarte, de individualizarte, el sistema
trata a la gente de arte como niños que provocan rabietas, pero que no pasan a mayores,
porque si lo haces, te apartan, puedes contaminar a la sociedad felizmente instalada, porque siempre habrá
alguien que comparta el mismo delirio que tú tienes, siempre habrá alguien que
se emocione con lo que haces, que se ría y que se mofe del establishment.
Hoy día también
hay un teatro que se quiere integrar, que busca ser reconocido, dinero,
apoyo, y a veces me pregunto si el
camino no es a la inversa, es decir, si
el camino no es integrarte sino desintegrarte, no participar, situarte en un
lugar donde entiendas que el espíritu del arte no es el espíritu del dinero y
de la economía que reina en estos días, vender, comprar, marketing, pienso que
lo mejor que le puede pasar al teatro es mantenerse al margen de eso, como una
actividad humana de humanos y para los humanos , donde no hay ningún tipo de
pretensión, no es casual que muchos
teatros actuales estén en un Moll, en supermercados o en galerías comerciales donde tu compras y de pronto
entras al teatro a ver una obra como parte del circuito de compras, y no pasa
nada, no te sucede nada, el teatro verdadero debe salir de esa dinámica.
Aristides Vargas y Charo Frances.
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